Hoy, 2 de mayo, es el día mundial contra el bullying o acoso escolar. Quería exponer a través de un pequeño texto, una realidad que viven día a día muchísimas personas y que, incluso tras haber finalizado, puede dejar secuelas durante años, siendo este uno de los motivos por los que muchas personas acuden a terapia siendo ya adultas. Durante años ha sido una realidad invisible donde las personas nos tapábamos los ojos, mirábamos hacia otro lado o le restábamos importancia.
Una historia de (no) ficción.
Suena el timbre que marca el inicio del recreo. Los niños se levantan alegres y salen corriendo del aula. Todos, menos uno, que se queda el último, fingiendo de tarda más tiempo en coger su bocata. Sale al patio y se sienta solo, mientras el resto de compañeros juegan al balón o hablan en círculo. Nadie le ve, es completamente invisible. Esta situación se repite cada día de cada curso.
¿Qué tendrá ese niño de malo para que nadie quiera ser su amigo?
Un día, el balón le golpea en la cara y escucha las risas de sus compañeros.
Al día siguiente, se escucha un insulto seguido de risas.
Al otro, alguien le pone la zancadilla al entrar en clase.
Le duele mucho pero aun así el niño sonríe. Ya no es invisible.
En estas líneas se puede observar claramente una situación de bullying o acoso escolar donde aparece violencia a nivel verbal, física y psicológica de forma intencionada por parte de varios agresores.
A pesar de que quizás la imagen que tenemos de lo que es el bullying “más grave” es la parte de las agresiones físicas, es vital poder concienciar, identificar e intervenir en las otras formas de acoso ya que todas ellas tienen consecuencias muy negativas en la víctima. Algunas de las consecuencias más inmediatas que podemos observar son: aislamiento social, falta de seguridad (el acoso puede pasar en cualquier momento y lugar y nadie me protege, sentimiento de rechazo, soledad (nadie me quiere), miedo (tengo que estar siempre alerta), culpa (¿habré hecho algo mal?, ¿mereceré que me traten así?), pensamientos negativos o baja autoestima.
Sin embargo, las consecuencias del bullying van mucho más allá de eso. Desde que somos pequeños las personas vamos generando una serie de pensamientos y creencias sobre cómo somos y cómo es el mundo. Una situación de tanta intensidad emocional como es el acoso escolar supone la ruptura de esas creencias, lo cual puede general ansiedad, pensamientos de “no soy suficiente”, “no merezco la pena”, “es culpa mía”, etc.
Con esto “reconfiguro” mi visión del mundo y de mí mismo. Estos cambios no se revierten una vez termina el bullying, sino que se prorrogan hasta la vida adulta.
Si creemos que no merecemos amor, las relaciones que establezcamos pueden estar marcas por un fuerte miedo al rechazo y el abandono, ansiedad por tener que estar en constante alerta esperando el momento en que la otra persona “se de cuenta” de que realmente no valemos nada y se vaya. O puede que al haber sentido tanto daño en esas situaciones, perciba al resto de personas como peligrosas, por lo que mi forma de protegerme es aislarme, no confiar y no establecer lazos cercanos con nadie.
Intervención frente al acoso escolar.
Es por ello que resulta fundamental prevenir e intervenir desde el primer momento en que se detecta la situación de acoso. Cuanto más tiempo pase, mayores serán las consecuencias.
Trabajar con los niños y adolescentes en reparar su autoestima, la confianza y seguridad en sí mismos y en los demás, trabajar con los sentimientos de culpa, soledad y angustia, apoyar a las víctimas desde el primer momento para mostrarles que tienen un espacio seguro en el que expresarse y sentirse protegidos… para evitar que las secuelas se extiendan en el tiempo.
Curar una herida en el momento en que nos hemos caído deja menos daños que esperar a que se infecte para intervenir.
Si estás pasando o has pasado por algo así y quieres un espacio donde sentirte compredid@ y atendid@, puedes contactar conmigo aquí.